L'Arpeggiata en la cripta del corazón

 




     El pasado sábado pude volver a disfrutar de una de esas mágicas noches veraniegas, tan anheladas durante tanto tiempo, en las que la serenidad del ambiente, una preciosa luna contemplándonos desde el cielo, los sonidos lejanos traídos por la brisa… parecen confabularse para crear un momento especial. Fue también una noche de esas de “carne de gallina”, tan segovianas, pero no por el frío en esta ocasión, sino por el magnífico acontecimiento musical ofrecido por L’Arpeggiata en el Jardín de los Zuloaga dentro de la programación del MUSEG 2021.



     Al igual que la “Toccata L’Arpeggiata” de Girolamo Kapsberger -obra de la que este prestigioso conjunto, formado por algunos de los mejores solistas internacionales de la actualidad, toma su nombre- va elaborando desde una precisa línea de bajo una secuencia de gran libertad en la alternancia de disonancias y consonancias para crear una armonía hipnótica absolutamente fascinante, así se elabora el discurso musical y visual del espectáculo La Tarantella. A una línea de bajos armónicos desplegada por la tiorba de Cristina Pluhar -dirigiendo el conjunto siempre desde la mirada atenta y la sonrisa- se suma la guitarra barroca aportando color a los acordes, las chispeantes percusiones, la viola de gamba -reforzando unas veces, otras glosando- y el cornetto aportando variedad y fantasía para alzar a alturas estratosféricas la voz, plena de expresividad, pasión y belleza de Vincenzo Capezzuto que parece prolongarse en la extraña dualidad de energía y ductilidad de la danza de Anna Dego.

     Las notas que integran ese gran acorde arpegiado que supone el discurso del conjunto parisino fueron diversas: músicas tradicionales italianas, macedonias, greco-salentinas, junto a la melancólica sensualidad de las composiciones de algunos de los grandes maestros del primer barroco italiano (con Monteverdi a la cabeza) que fueron amasadas con ritmos itálicos, a veces caprichosamente norteafricanos o ibéricos, aromatizadas con fragancias jazzísticas (incluso raperas) y engalanadas con el movimiento de la danza y los asombrosos y no superfluos juegos malabares del percusionista. Elementos aparentemente disonantes que en un virtuoso alarde de musicalidad cobraron sentido en un precioso lienzo donde los colores puros mediterráneos iluminaron la noche estival segoviana.

     Un concierto para guardar bajo siete llaves en la cripta del corazón.

    
Luis Hidalgo Martín.






Jardín de los Zuloaga




 


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