Los mil y un sonidos
Los mil y un sonidos
40
Festival de Segovia
Orquesta
Sinfónica de Castilla y León
Guillermo
Pastrana, violonchelo
Eduardo
Portal, director
Obras
de del Puerto y Rimsky-Kórsakov
Jardín
de los Zuloaga
Luis
Hidalgo Martín
Una vez más la Orquesta Sinfónica de Castilla
y León protagonizó el concierto de la sección En abierto del Festival de Segovia que en este año alcanza ya su
cuadragésima edición. Si el año pasado su actuación en este mismo marco del
Jardín de los Zuloaga dejó cierta sensación de ser un mero trámite, en la noche
del pasado viernes pudimos disfrutar de una orquesta mucho más compacta e
implicada en la interpretación de un repertorio fascinante y brillantemente
concertado desde el podio por Eduardo Portal.
Al precioso programa, configurado
por ese colosal icono sonoro del nacionalismo ruso que representa Scheherezade
de Nikolái Rimski-Kórsakov y el sutil mundo colorista del concierto para
violonchelo y orquesta Campos de Tauro
de David del Puerto, se unía el protagonismo -en la composición de del Puerto-
de uno de los más firmes valores musicales nacionales, el violonchelista
Guillermo Pastrana.
Obra de gran dinamismo, detallista
en la tímbrica, con alternancia de paisajes sonoros de firmeza rítmica y crepusculares
tiempos lentos que se suceden sin interrupción a lo largo de cinco movimientos,
el concierto Campos de Tauro de David
del Puerto, dedicado al propio Pastrana, fue una maravillosa página en la que
el violonchelista exhibió una técnica portentosa con un sonido precioso y una
prodigiosa sensibilidad musical. Ilustrativa definición del compromiso
compositivo e interpretativo que Campos
de Tauro entraña es ese final caracterizado por un sobrecogedor suspiro en
el agudo del chelo que poco a poco va desvaneciéndose en un prolongado
pianísimo.
Los mil y un sonidos, esa ha sido
siempre mi idea sobre la exuberancia musical de Scheherezade de
Rimsky-Kórsakov. Una fastuosa suite orquestal de opíparos manjares musicales
para el oyente pero repleta de trampas para el intérprete. Y si en la primera
parte el protagonismo fue para el violonchelista y el compositor, aquí Eduardo
Portal fue el valeroso capitán que luchó contra las adversidades para arribar a
buen puerto. Su técnica y dotes de concertador hicieron que las ya conocidas
deficiencias acústicas del lugar pasasen a un oscuro plano, mientras que la ductilidad de su dirección y el vigor
expresivo de momentos auténticamente heróicos convirtieron la escucha en una
emotiva experiencia no exenta de tensión, cuando no pánico, en algunos
instrumentistas, ante esa espada de Damocles que supuso la aparición de una
incierta lluvia en el último minuto del concierto.
La deslucida huida de la orquesta no
permitió que los protagonistas recibieran el aplauso merecido en toda su
extensión.
Luis Hidalgo Martín
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